LOS EFECTOS PARALIZADORES DERIVADOS DE LA
APLICACIÓN DEL PRINCIPIO DE PRECAUCIÓN
(Ver la primera parte en el vínculo http://contratacionestatal.blogspot.com/2012/06/las-actuaciones-de-las-autoridades.html)
Pretender
que sólo pueden ejecutarse proyectos frente a los cuales existe certeza de que
no causarán daños ambientales, es un pensamiento contradictorio con la
naturaleza misma de las licencias ambientales pues por definición legal ellas
sólo se requieren con relación a “un proyecto, obra o actividad, que de acuerdo
con la ley y los reglamentos pueda
producir deterioro grave a los recursos naturales renovables o al medio
ambiente o introducir modificaciones considerables o notorios al
paisaje…”. Esto significa que no puede pretenderse que una obra de
infraestructura carezca de efectos negativos frente al medio ambiente pues, por
definición, si requiere licencia, es porque puede producir un deterioro grave a
los recursos naturales renovables o al medio ambiente. Es por eso que el
objetivo principal de la licencia es imponer al beneficiario obligaciones para
que “la prevención, mitigación,
corrección, compensación y manejo de los efectos ambientales del proyecto,
obra o actividad autorizada”
(artículo 3 del decreto 2820 de 2010).
El
principio de precaución, por naturaleza, es un principio paralizador pues a
través de él se busca impedir la aplicación de nuevas tecnologías o nuevos
desarrollos, cuando existen dudas sobre los efectos sobre las personas o el
medio ambiente. Este principio está previsto en el numeral 6 del artículo 1 de
la ley 90 de 1993 de la siguiente manera:
“6. La formulación de las políticas ambientales tendrá en
cuenta el resultado del proceso de investigación científica. No obstante, las
autoridades ambientales y los particulares darán aplicación al principio de
precaución conforme al cual, cuando exista peligro de daño grave e
irreversible, la falta de certeza científica absoluta no deberá utilizarse como
razón para postergar la adopción de medidas eficaces para impedir la
degradación del medio ambiente”.
La
anterior definición puede ser explicada de la siguiente manera: el desarrollo
tecnológico y la actividad económica puede ser generadora de riesgos para las
personas y el medio ambiente; en ciertas ocasiones no existe certeza científica
sobre la existencia de un riesgo sobre las personas o sobre el medio ambiente,
pero existen sospechas de que ese riesgo puede existir. Esto ocurre, por
ejemplo, con ciertos productos para el consumo humano que pueden ser
sospechosos de producir cáncer: el principio de precaución enseña que es
preferible prohibir su utilización así no se tenga certeza de que produce
cáncer, a permitir su uso monitoreando sus efectos para que, de pronto, al cabo
de los años resulte que sí era cancerígeno. Por tal motivo, esta falta de
certeza sobre la existencia del riesgo no debe impedir que se tomen medidas de
regulación que puedan ayudar a prevenir la afectación de las personas o el
medio ambiente.
Lo
típico del principio de precaución es que existe un alto nivel de incertidumbre
sobre la real existencia del riesgo pero, a pesar de esa incertidumbre, resulta
aconsejable que el Estado adopte medidas para evitar que ese riesgo se llegue a
concretar.
Otro
tratamiento diferente debe dársele a las actividades frente a las cuales ya
existe el suficiente conocimiento científico sobre cuales son sus efectos
reales: en el mundo moderno ninguna autoridad niega una licencia ambiental para
la construcción de una central hidroeléctrica a pesar de los efectos negativos
que tiene frente a las poblaciones que tendrán que ser reubicadas por la
inundación de las tierras donde viven, o por la pérdida de la vegetación o el
desplazamiento de la fauna nativa. Ante estos daños se ordenan medidas de
prevención o en el peor de los casos de compensación pero el proyecto no es
objeto de prohibición.
Esto
es así pues la legislación ambiental parte del supuesto de que ciertas
actividades, como la construcción de obras de infraestructura, generan afectaciones
de diferentes niveles, pero no por ello se prohíbe la ejecución de las mismas;
al contrario, dependiendo del nivel de intensidad de dichas afectaciones, prevé
la utilización de prevención, mitigación, corrección, compensación y manejo de
los efectos ambientales de la obra o actividad autorizada.
Es
por ese motivo que la legislación vigente (decreto 2820 de 2010, artículo 1)
define las medidas de compensación, corrección, mitigación y prevención de la
siguiente manera:
Medidas de compensación: Son las acciones
dirigidas a resarcir y retribuir a las comunidades, las regiones, localidades y
al entorno natural por los impactos o
efectos negativos generados por un proyecto, obra o actividad, que no puedan
ser evitados, corregidos, mitigados o sustituidos.
Medidas de corrección: Son las acciones dirigidas
a recuperar, restaurar o reparar las
condiciones del medio ambiente afectado por el proyecto, obra o
actividad.
Medidas de mitigación: Son las acciones dirigidas
a minimizar los impactos y efectos
negativos de un proyecto, obra o actividad sobre el medio ambiente.
Medidas de prevención: Son las acciones
encaminadas a evitar los impactos y
efectos negativos que pueda generar un proyecto, obra o actividad sobre
el medio ambiente.
La
imposición de este tipo de medidas como consecuencia de una licencia ambiental
para la construcción de una obra de infraestructura es consecuencia el
“principio de prevención” y no del “principio de precaución”.
La
doctrina explica que el principio de precaución sólo procede ante situaciones
de “ignorancia” debido a la falta de certeza científica sobre los efectos de
determinada actividad humana, mientras que ante actividades cuyos riesgos son
conocidos debe obrar el principio de prevención.
¿Podría
entonces afirmarse que hoy en día se desconocen cuales son los riesgos
derivados de la construcción de un túnel cuando este tipo de obras ha sido
ejecutada y estudiada por siglos? La respuesta tiene que ser negativa; sin
necesidad de ser especialista, se sabe de antemano que la construcción de un
túnel puede generar un riesgo frente al abatimiento de las aguas superficiales,
fenómeno cuya producción depende de las condiciones geológicas del macizo donde
se construye el túnel; así pues, es imposible saber de antemano si determinado
cauce o nacimiento de agua se verá afectado de manera particular, pero no es a
esta falta de certeza a la que se refiere la normatividad vigente para
justificar la utilización del principio de precaución: es a la falta de certeza
científica sobre los efectos de la actividad como lo sería la construcción misma
del túnel.
Conociéndose
entonces de antemano cuales son los riesgos derivados de la construcción de un
túnel, no tiene justificación acudir al mecanismo extremo del principio de
precaución, que como ya dijimos es de naturaleza paralizadora, pues lo que debe
hacerse es acudir a las medidas de prevención, mitigación, corrección y en, en
el peor de los casos, compensación que la ley prevé como uno de los componentes
fundamentales de la licencia ambiental.
Tampoco
debe acudirse al principio de precaución para ordenar la suspensión de obras ya
licenciadas justificado en los temores de la comunidad ni mucho menos en la
presión de los grupos de interés que se oponen a cualquier tipo de desarrollo
bajo el supuesto de la defensa a ultranza del medioambiente.